Con la vista puesta en el letrero que te conducirá a tu próximo destino -y probablemente tu hogar-, empiezas a recordar aquel desastroso momento. En ésa misma estación de ten, con tu billete en las manos y una sonrisa en la cara, te acercaste al andén de siempre, esperando encontrarle ahí de nuevo, esperándote como tantas otras veces hizo. Te llevaste una sorpresa cuando le viste en el lugar que habíais hecho vuestro, tratando y consiguiendo besarle, a ella. El tiempo pareció detenerse en aquel andén, parecía que las agujas del reloj no avanzaban ni avanzarían jamás, todo se había congelado para que tú tuvieras ésa percepción negativa del mundo, pero más aún de él. Con tu corazón roto en mil y un pedazos diminutos esparcidos por el suelo, te das la vuelta y vuelves por donde has venido, hasta que de nuevo vuelves a verle. Inexplicablemente, la que se siente culpable eres tú, no sabes cómo reaccionar ante ésto, no sabes qué debes decir o hacer, estás más que confusa. Quizás porque sabías que te habías limitado a creer en él sin más, sin dudar ni una sola vez sobre la credibilidad de sus palabras, o porque tu alma se había situado en algún punto entre tus pies y el centro de la tierra, un torrente de lágrimas se aproximó al borde de tus ojos y se lanzó acantilado abajo, recorriendo toda tu cara y dejándote llena de marcas de rímel. Cierras los ojos e inspiras fuertemente, quieres que ese recuerdo se aleje de tu cabeza, no quieres volver a vivir la situación una vez más, ni siquiera en tu cabeza donde todo puede ser diferente. Piensas en todas esas chicas valientes de las películas que obtienen ese preciado final feliz y no puedes evitar reír y decirte a ti misma una y otra vez la de mentiras que quieren hacernos creer a todos. Megafonía da el primer aviso para tu tren, tu vía de escape, lo que te conducirá a lugares con los que siempre has soñado y, lo más importante, una vida mejor. La más perfecta y alejada ciudad que has encontrado, París. Te preparas para entrar en el tren, e instintivamente te giras y le ves. Más desaliñado de lo que le has visto nunca, con gesto de preocupación y pelo alborotado, niegas lentamente con la cabeza y subes al tren, te sientas en tu sitio correspondiente y rezas por que no te toque una persona muy habladora al lado, no quieres que nadie te saque tus secretos, y menos aun esos. Esperas que te conozca lo suficiente como para saber que lo último que quieres que haga en éstos momentos es seguirte. Sacas tu libreta, esa libreta que escogiste cuidadosamente para relatar tu vida sin él, sin la presión constante, sin ver las mismas caras de siempre, en fin, una vida nueva. Sacas también el bolígrafo y garabateas algo muy simple en la primera hoja, probablemente el título del primer capítulo de tu nueva vida.
15:35, destino: París.

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