Te encuentras ante la inmensidad de aquel valle que de pequeña te parecía un mundo, y que ahora sólo te parece un lugar muy grande con muchos árboles y animales. Lo observas de lado a lado, con el cerebro a pleno rendimiento por si hay algún movimiento inapropiado para un animal, algo que te indique que está allí. Recuerdas entonces los largos paseos en barca justo por la mitad del lago, y no puedes contener una sonrisa, le echas de menos. Avanzas sin darte cuenta y sientes el frío del agua adentrándose por cada poro de tu piel, haciéndote temblar para que te apartes de ahí y vuelvas al calor, pero tú te quedas allí, como si no sintieras nada. Estás totalmente convencida de que le encontrarás de nuevo, de que a pesar de todo lo que ocurrió volverá a mirarte con los mismos ojos enamorados, volverá a cogerte la mano para obligarte a salir de casa y te diviertas, en fin, para que todo vuelva a ser como era antes, perfecto. Sigues avanzando y te encuentras con el agua a la altura de tus caderas, tu cuerpo empieza a temblar cada vez más, pero tú sigues caminando, ralentizada por las aguas, intentando llegar al otro extremo. Quieres que todo vuelva a la normalidad, que la gente no te pregunte por él y tengas que falsear una sonrisa porque ya no está allí, para no tener que ir corriendo a casa preguntándote una y otra vez qué hiciste mal, y porqué ya no está aquí, con cientos de lágrimas corriendo por tu cara y sumándose a las otras miles derramadas. Sigues avanzando hasta que te encuentras con el agua al cuello, te vas hundiendo cada vez más hasta que llega un momento en el que estás totalmente bajo el agua.
Sonriendo como el día en el que le viste por primera vez, bajando a las profundidades del lago que vio como crecías junto a él y que, probablemente, verá como acabará tu vida sin él, sólo por algunos días en los que hubieron más que palabras.

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