domingo, 17 de junio de 2012

He started really bad; and her, too.

Empezó realmente mal. Aquella semana había sido desastrosa, y al llegar el fin de semana esperaba encontrar aquella tranquilidad que tanto había añorado durante aquel tiempo que le había parecido una eternidad, siete días, lo suficiente para hacerte sentir horrible. Y no la encontró. Solo se vio envuelto en lo mismo de siempre, con el ordenador sobre las piernas, escribiendo un pequeño relato que, si le llegaba el momento y el dinero, publicaría en, como mucho, un mes; con la taza de café sobre la mesilla de noche, esperando otro sorbo para mantener su cerebro despierto a unas tardías dos de la mañana; esperándola allí, con todos los sentidos alerta por si volvía, o al menos se presentaba. Y sí, la echaba de menos más que a nada en éste mundo. Se pasaba las horas que tenía pensando en su lunar en la mejilla, aquel que tanto odiaba ella, pensando en un motivo lo suficientemente convincente para volver a hablarle, al menos, para escuchar un ''hola'', por muy soso o carente de sentimientos que fuera, él quería escucharlo. No conseguía acostumbrarse del todo a la soledad, al silencio en cada rincón de eso a lo que antes habían llamado, juntos, ''hogar'', al igual que tampoco conseguía pegar ojo sin sentir su calor al lado, su corazón palpitando, desbocado, contra sus costillas. Recordaba cómo se sentaba en el sofá y ella, a su lado, le miraba de reojo, esperando a que él se diera cuenta para luego reír, al igual que las veces en las que se habían abrazado, ambos tirados en el sofá, y se podrían haber quedado allí para el resto del día. Tantas noches a su lado le habían pasado factura, ahora no podía -ni quería- olvidarse de su sonrisa, de su aroma, de su manera de tirar la ropa por la habitación cuando no tenía ganas de colocarla en su sitio, de su manera de llorar cuando las cosas no le salían del todo bien, de sus ganas de vivir, siempre al límite, encontrándole el lado positivo a todo, un motivo más por el que sonreír cada día. No paraba de repetirse, diez, cien, mil veces, que, en realidad, podría estar sólo, que sólo necesitaba salir de aquel bache con, al menos, un poco de sí mismo. No quería dejar que otra chica a la que le había entregado todo lo que tenía y más le rompiera, otra vez, el corazón. Aunque ya lo había hecho. 
Ella, al igual que él pero sin saber absolutamente nada el uno del otro, se había sentido como un desastre aquella semana, que había acabado peor de lo que había empezado. Había dado el paso ella, es cierto, pero ahora le necesitaba más que a nadie. Le había roto el corazón, lo sabía perfectamente. Y eso era lo peor, que además de haberle roto el corazón a él, había roto el suyo propio. 
Estar solos no era su punto fuerte, pero tenían que empezar a acostumbrarse a ello ya. 


  
Así que él empezó realmente mal; y ella, también.

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