Y la distancia acabó con todo lo que quedaba por terminar, todas las conversaciones, los mimos, los llantos al no quedarse cerca el uno del otro, todo lo que tenían se esfumó en un abrir y cerrar de ojos. Se confiaron, pusieron todo su empeño y amor en algo que, aunque nadie lo habría sospechado, terminaría pronto. Ella esperaba en la estación de tren, con los ojos anegados en lágrimas: llevaba allí más de dos horas, esperando a que el altavoz anunciase la llegada del tren que traía a su razón de vivir dentro. Ni siquiera le dejó hablar cuando, con cierto enfado, bajó del tren con sus maletas a cuestas; simplemente se le tiró encima con un abrazo de verdad, cargado de emociones contenidas durante meses, cargado de sonrisas reprimidas y noches enteras en vela alimentándose de sus recuerdos. Él, como si no quisiera desprenderse de aquello, la abrazó con fuerza, impidiéndole, casi, respirar.
Y así pasaron los días, se sucedieron uno tras otro sin cambios, sin, aparentemente,que ocurriera algún suceso que pudiera alterar lo que habían reconstruido tras su vuelta. Ella lo había dado todo por él, y él, antes de irse, también. El momento se acercaba, y ella, en el fondo lo sabía, simplemente no quería tener que enfrentarse a ello. Él le habló de lo ocurrido en aquel país extranjero, y ella se quedó allí, sin mover un dedo, con un ''así que tú no eras una excepción'' pintado en la cara, con un ''no te recuperarás de ésta fácilmente'' marcado con fuego en el corazón.
Aquella vez había quedado, para el resto de los días, en forma de advertencia para el futuro.
''Y la distancia se encargó de borrar de las páginas de aquel libro, para siempre, todo lo que habían escrito juntos.''
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