domingo, 25 de octubre de 2015

Bright as the sun

          Querido actual desconocido:

          Conocerte fue la mayor de las aventuras que jamás haya vivido. 
          Fuiste como el huracán que yo nunca podré ser en la vida de nadie, porque no tengo esa chispa, esa habilidad a la hora de vivir y ver la vida desde ángulos imposibles para simples espectadores como yo. Creo que aún a día de hoy no te he dado las gracias por hacerme vivir los mejores momentos de mi vida, por hacerme perseguir la luna con tanta insistencia y olvidarme del calor del sol que tanto amé en días pasados, por enseñarme a ver la belleza en ese acompasado estallido de las olas contra la fría y desnuda roca de los acantilados... Pero, sobre todo, por hacerme alguien mejor, por liberarme de todas las pesadas cargas que traía conmigo y por haber tenido toda la paciencia del mundo durante esas largas tardes de café y llanto cargado de sentimiento. Confieso que me enamoré perdidamente de ti, y que nunca llegué a imaginar el daño que eso me podría llegar a hacer. 

          Conocerte fue, además, el mayor de los placeres que he tenido jamás. 
          Después de ti comprendí por qué las tormentas llevan nombre de persona, porque aunque todas y cada una de las que conocemos a lo largo de nuestra vida deja una huella, ya sea menor o mayor, en nosotros, hay algunas que resultan devastadoras en el buen sentido de la palabra, si es que lo tiene o puede encontrársele. Llegaste a mi vida para desordenarla, para crear el caos y luego irte sin siquiera mirar atrás para ver el destrozo que acababas de hacer. Pusiste todo patas arriba y me hiciste ver todo aquello que llevaba años ocultando de la luz del sol, hiciste aflorar todos mis miedos y pesadillas y me demostraste que no hay nada lo suficientemente grande para hacernos tambalear y caer sin posibilidad de volver a levantar. En otras palabras, me enseñaste a vivir. Y es por eso que te debo tanto, aún después de que te marcharas sin dejar rastro, sin si quiera decir adiós. Quise escribirte tantísimas veces y comencé tantas cartas que nunca llegué a acabar, que aún hoy me pregunto si sigues recordando si quiera mi nombre con todas sus vocales y consonantes a pesar de que prometiste hacerlo. Ni siquiera sé si llegarás a leer estas palabras, porque ya conoces mi debilidad ante el fracaso y el olvido. Como ves, una vez más desnudo mi alma, además de mi ser, a expensas de tu consejo, al que tengo por algo más que simple palabrería. 

          Te pediría que volvieras, que me dijeras con tu suave voz que todo va a ir bien y que nada va a desmoronarse aunque lo parezca, pero lo cierto es que nunca te marchaste del todo. Dicen que una persona nunca se va de nuestras vidas hasta que la olvidamos del todo, hasta que ya ni siquiera su olor entre nuestra ropa nos trae el más mínimo recuerdo. De acuerdo con esto, tú sigues aquí en cada rincón de mi vida. Y es que cada vez que revuelvo mi armario y encuentro esa vieja camiseta tuya, arrugada y escondida tras montones de ropa, tu olor sigue llegándome como el primer día. Me golpea y me recuerda que ya no estás, que un día más tendré que fingir una sonrisa y asentir cuando me pregunten si ya he conseguido olvidarte de una vez por todas. Porque sigues siendo un recuerdo constante, sigues persiguiéndome en sueños y gritando en mis silencios con esa voz que tanto echo de menos, al igual que tu forma de sonreír con el alma. 

          Después de semejante placer que ha sido compartir horas con alguien tan brillante como tú, que podrías hacer sombra al mismísimo sol ¿cómo despedirse de manera adecuada y sin pedir un bis? Exacto, no se puede. Es por eso que no voy a despedirme, ni hoy ni mañana, es más, quizá nunca lo haga. Permíteme el gusto, si no vas a volver, de recordarte hasta la saciedad. 

Atentamente,
aquella persona a la que prometiste no olvidar.

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