Llevaba días observando, planeando cada pequeño detalle, cómo, cuándo, dónde y porqué. El primer acercamiento a una persona tenía que parecer sutil y espontáneo pero, en el fondo, siempre tenía que haber algún plan, ése as en la manga que se guardaba por si algo salía mal. Quería que todo aquello funcionase, y si podía ser -y ya que estaba pidiéndole cosas casi imposibles a todos los dioses de todas las culturas que conocía- que surtiera efecto. Que la flecha de cupido diera en la diana, en la persona exacta en el momento exacto. Le llevó algo más de una hora decidir qué se pondría. Iba a ir a una simple cafetería, sí, pero no podía aparecer de cualquier manera. Una vez elegido todo, pasó a su rostro, quería demostrarle que se quería a sí misma, así que optó por máscara de pestañas y brillo de labios sin color, quería parecer natural, desenfadada. Quería causarle una buena impresión. Salió de su pequeño piso con un nudo en la garganta y un millón de mariposas en el estómago, pero aún así decidida. Bajó las escaleras con tranquilidad, aunque la prisa por encontrarle allí la estaba matando. Se mordisqueaba el labio inferior de manera compulsiva, llevándose consigo la poca pintura que se había puesto y llenando sus propios labios de ''pequeños desperfectos'' -o así los llamaba ella-. Caminando más deprisa de lo que quería, llegó a la cafetería de siempre. Cargada de nervios, con la respiración entrecortada y el corazón a mil por minuto. Empujó la puerta como tantas otras veces había hecho, entró como cualquier otra persona al establecimiento, paseó su mirada por el lugar y enseguida le reconoció. Se sentó a su lado fingiendo no haber visto que la mesa estaba ocupada y, tras disculparse y marcar una sonrisa, comenzó el juego. Un juego en el que sólo participaban dos, lleno de sonrisas tímidas, cumplidos, indirectas, miradas que se sostenían más de treinta segundos y luego acababan en risa...El tipo de cosas que hacen que alguien se enamore, que hacen que el mundo adquiera otro color, y que hacen que una persona pueda cambiar su manera de ver las cosas en sólo quince segundos. Y entonces la realidad cayó a sus pies, y el sueño se acabó. Justo ahí, antes del gran beso final. Abrió lentamente los ojos y se giró sobre su cuerpo, se sentía pesada, remolona e incluso asustada. El corazón le latía de tal manera que parecía que iba a saltar del pecho en cualquier momento. Se sentó en la cama y observó con fascinación la gran bola de mantas que había a su lado, sólo el pelo podía distinguirse entre aquel amasijo de tejidos. También se giró hacia ella, la miró con cara de dormido y la atrajo contra sí. La besó y después, y sólo después le dijo:
'' Buenos días,
preciosa.''

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