Hacía mucho rato que estaba levantada, más bien despierta. No tenía ganas de levantarse de la cama, al fin y al cabo, no había un buen o sólido motivo por el que hacerlo. Había mirado seis veces el reloj con la esperanza de que en algún momento de la mañana se parase y diera por terminada la que había sido una larga existencia. Volvió a meterse bajo las sábanas y mantas y se quedó allí el resto de la mañana, pensando en cosas que ni siquiera debía saber. De vez en cuando sus ojos se cerraban y se sumían en el mundo de los sueños, dejando que su cabeza se alejase por un momento del ajetreo del mundo real, y se adentrase en aquella especie de fantasía, hasta que el exceso de horas de sueño le podía y volvía a despertarse. Salió del montón de tela y dejó al descubierto sólo su cabeza, sus ojos. Observó su habitación, desordenada, como siempre había estado y estaría. Hacía sólo unos días habían estado allí, riendo, pasándolo bien, compartiendo de vez en cuando algún que otro beso. Y ahora no había nada más que ella, sus trastos, el polvo en suspensión y sus recuerdos. Se sentó en el duro colchón y odió, por un momento, que hubiera sol. Le daba en toda la cara, como riéndose de su soledad, dándole el calor que ya no podría tener de otra manera. Salió de la cama con pesadez, avanzó hasta el pasillo y lo cruzó entero hasta llegar a la cocina. Cogió una taza, la llenó de amargo y oscuro café y se sentó en la pequeña mesa de madera del centro. Se llevó la taza a la boca, pegó sus labios al borde de porcelana y bebió lentamente. Le recordaba más que nunca. Recordaba cómo la había despertado más de una vez porque no sabía dónde estaban las cosas, recordaba cómo la rutina se había ido haciendo cada vez más marcada y se había convertido en la parte más dulce y que más le gustaba de todo. Simplemente, vivía por y para todo aquello. Dejó la taza en la gruesa tabla de madera y apoyó la cabeza en las manos. Recordaba sus ojos de color avellana y parecía que con cada pestañear que le venía a la cabeza su corazón se contraía más dolorosamente. Agradeció de todo corazón el hecho de que no tuviera, por ahora, ninguna obligación, porque no se veía capaz de hacer nada. Había odiado una vez, y con toda su alma, el verano, el café, el sol, la música dance por ser demasiado para su cabeza y sus oídos, la playa, la arena...pero ahora todo había cambiado. Por él, por su culpa. Muchas cosas habían cambiado en su vida, y habían hecho todo más fácil, mejor incluso. Le había querido como nunca había hecho, como no había hecho ni siquiera con su primera mascota cuando era niña y no tenía nada más a lo que aferrarse y llamar ''suyo''. Recordaba con amargura cómo se habían abrazado largo y tendido ambos tirados en el sofá; cómo se habían dejado llevar más de una vez, habían discutido, la gran mayoría de las veces por tonterías, y él se había marchado de casa. No paraba de presionar, una y otra vez sin darle tregua al reproductor de música, el botón de play para volver a escuchar, otra vez, su canción. Le hacía venir a la mente, entre otros cientos de cosas, aquel día en el que habían decidido subir al coche y no parar, sólo para repostar y cosas de primera necesidad. Después de aquello, de la más que acostumbrada oleada de recuerdos y miradas atrás, volvió, una vez más, a preguntarse porqué se lo habían quitado tan pronto, y siempre recibía la misma respuesta desde su propia conciencia, <<cariño, el destino es muy caprichoso y siempre tiende a equilibrar la balanza en los peores momentos.>>
El frío llegaría en breve, y ella ya estaba preparada para ello.
Hacía mucho rato que estaba levantada, más bien despierta. No tenía ganas de levantarse de la cama, al fin y al cabo, no había un buen o sólido motivo por el que hacerlo.

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