Abre la puerta despacio aunque sabe que ya no hay nadie al otro lado, suelta las llaves con cuidado en el pequeño plato de cristal que ella había puesto en la mesita de la entrada y, como siempre, se queda mirando durante algunos minutos el pequeño y discreto cuadro que cuelga de la pared y oscila de un lado a otro, solo de vez en cuando y movido por el viento, a pesar de que ella le dijo mil y una veces que lo solucionara. Sigue por el pasillo y los recuerdos se amontonan uno sobre otro. En la puerta de la habitación ella le dijo que aquella iba a ser su casa por y para siempre, en el salón él le pidió matrimonio y ella aceptó, en la habitación durmió su primer y único hijo, en la pared de ese mismo pasillo cobró vida todo lo que ella escondía en su cabeza una vez hubo pintado lo primero que se le vino a la mente en un arrebato de libertad, en la cocina ella le confesó que estaba embarazada, en la habitación de al lado siguen a medio pintar las bonitas golondrinas que ella quería en la habitación del bebé y que jamás cobrarán vida... ese tipo de recuerdos que van rompiendo cada vez más y más a una persona por dentro. Y es que toda la casa rezumaba su aroma, todo lo que tocaba le recordaba a lo que pudo ser y no fue, todo le transportaba a esos momentos de sus vidas en los que habían estado juntos y que aún siendo pequeñas cosas las que habían vivido día a día le seguían arrancando una sonrisa y un par de lágrimas. Te preparas para algo así, intentas concienciarte de que no todo en la vida sale bien, de que va a haber baches y perderás cosas, pero nunca eres lo suficientemente fuerte cuando ya lo tienes sobre los hombros, nunca te preparas para afrontar la pérdida, nunca te dices a ti mismo ''tienes que ser fuerte porque no va a volver jamás'' porque sabes que no eres capaz.
Siempre había estado ciego y se había limitado a decir, como tantos otros, ''eso no nos va a ocurrir, no a nosotros, será una eternidad juntos'' sin siquiera saber lo que el mañana depara. Se había conformado con esos ''lo hago mañana'', había perdido la oportunidad de sorprenderla llenando el salón de rosas como siempre quiso, de llevarla lejos, a otro país, a otro lugar, por sorpresa y sin planes. Había perdido demasiado sin antes poder pestañear. Siguió cometiendo los mismos errores, incluso sabiendo que a ella le molestaban, hasta el final.
Y ahora las lágrimas se empeñan en no aparecer, y los sentimientos parecen agolparse en su pecho y su cerebro, pero no hay respuesta. Simplemente no siente nada, solo se limita a preguntarse una y otra vez por qué no fue con ella aquel día, por qué la dejó ir sola a casa de sus padres, por qué tiene que quedarse él aquí viviendo el absurdo día a día sin ella, sin el bebé, sin nadie que le diga que todo va bien cuando se despierta a media noche gritando su nombre y buscándola al otro lado de la cama.
Se le olvidó decirle lo bonita que estaba al dormir, al igual que se le olvidó decirle que la amaba por encima de todo, que le había hecho el mayor regalo de todos desde el primer momento en el que hizo algo tan simple como respirar a su lado, que echa de menos abrazarla cada cinco minutos, que ahora se pasa las noches creyendo que puede tocarla al otro lado del colchón, que no le gusta cómo le trata ahora la gente que les conocían, que no entiende muchas cosas que, se supone, debería entender desde que le dijo adiós hace ya mucho tiempo, que aún no ha superado nada y duda poder hacerlo algún día, que echa de menos saber que está ahí y le quiere... muchas cosas para las que ya no hay más tiempo, cosas que jamás saldrán de su cabeza o traspasarán su garganta porque no vale la pena decírselo al viento.
Se sienta en el suelo, respira hondo y espera al llanto que no aparece. Mira lentamente hacia abajo, observa el anillo plateado que aún le rodea el dedo y se dice a sí mismo que aún hay alguien que lleva la pareja de ese mismo anillo, que aún hay alguien ahí que le juró amor eterno y lo cumplió hasta el último instante.
Se pasa la mano por la cara y se encuentra a sí mismo asustado, sentado en el polvoriento suelo de una casa que se le antoja vacía y que, de ser sincero, no reconoce, intentando revivir algo del pasado tras meses sin atreverse a poner un pie dentro por simple miedo, al recuerdo, a ser débil, a desmoronarse de nuevo. Por último apoya la espalda en la misma puerta vieja y descolorida por el sol en la que ella le dijo ''te quiero'' por última vez y se da cuenta de que ya nada puede herirle, y es que no hay nada con lo que poder hacerle ya daño.

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