Era una mañana de invierno y, aunque el sol radiaba fuera, el frío se colaba por los recovecos de aquel piso que ahora quedaba grande para cualquiera de los dos y hacía de aquel un lugar distante, diferente del que había sido antes. Las habitaciones parecían más oscuras, la ligera brisa que recorría los pasillos parecía más fría que antes, las voces al otro lado de la puerta parecían más apagadas que de costumbre. Aquellas paredes solían acoger, antes, a cientos de personas cada semana y es que verles sonreír a ambos se había convertido en la delicia personal de más de uno. Ahora, mientras ella recogía todo lo que, según había dicho, era suyo en un par de abultadas y pesadas maletas, con un par de lágrimas tímidas en los enrojecidos ojos, él esperaba el momento del adiós, la temida despedida con un nudo en el estómago, apoyado en el marco de la puerta de la habitación en la que ambos habían dormido, en la que ya no quedaba más que un armario, un par de muebles y un colchón sin sábanas, sobre las tablas de la cama.
Había querido a aquella chica más que a ninguna otra, y todo se había acabado. Habían llegado a un acuerdo, recordó él entonces mientras se frotaba los ojos para no derramar lágrimas que ni siquiera habían aparecido aún, venderían aquel piso y se repartirían las ganancias, se dirían adiós y nunca jamás volverían a verse otra vez de aquella manera. Para ellos ya no había ningún <<nosotros>> solo un pequeño e insignificante <<tú>> y <<yo>>. Ella acabó antes de lo que a él le hubiera gustado, con un par de lágrimas aún en los ojos se volvió en su dirección y sonrió a medias. Intentó coger ambas maletas, pero las fuerzas le fallaron justo en aquel delicado momento, justo cuando tenía que aparentar ser fuerte aunque sintiera cómo cada pequeño pedazo de su alma, de sí misma, caía al suelo y se convertía en polvo. Rompió a llorar. Nunca había sido buena en aquellos temas, nunca había podido decir adiós propiamente, simplemente había huido lejos y no había vuelto jamás. <<Cobarde>> mil veces se lo había dicho antes de irse pero es que, simplemente, si le veía llorar no se lo perdonaría nunca. Él le tendió una mano, firme y decidida, y luego recogió las maletas aguantando las lágrimas el mayor tiempo posible. Nunca era fácil decir adiós, y mucho menos a aquello que has querido. Por eso lloraban, porque se habían equivocado el uno con el otro. Se habían creído almas gemelas cuando solo eran figuras de paso en la vida del otro, solo eran un bache más que había que superar hasta llegar a la persona definitiva. Y, aunque con cierto dolor, lo habían comprendido. Quizá estuvieran hechos para ser solo amigos, quizá se convirtieran luego en el punto de apoyo el uno del otro, quizá estaban hechos para estar separados.
Llegaron hasta la puerta de entrada del que había sido su hogar, echaron un último vistazo y le dijeron adiós también a eso. No querían guardar ningún recuerdo, no querían hacerse daño en ningún posible futuro. Bajaron juntos en el ascensor, sin decir palabra, aprovechando los últimos instantes que les quedaban como algo unido y es que desde que cruzaran aquella puerta que les separaba de la fría calle todo se habría acabado para siempre. Él la ayudó a cargarlo todo en aquel viejo coche que su padre le había regalado al sacarse el carné y del que ella era incapaz de separarse. Con un tímido ''buen viaje'' él dio por concluido su trabajo allí, se quedó mirándola, como había hecho otras tantas veces, sabiendo que a ella no le gustaba en absoluto.
Ella se acercó y, aunque sabía que aquello no iba a estar nada bien y que era posible que abriera viejas heridas y atrajera viejos recuerdos, le dio un último beso para recordar cómo eran los labios de aquel chico al que había amado como si no hubiera mañana y con el que había compartido tantísimo, luego se subió al coche y se marchó llorando otra vez sin que él lo supiera. Él, por el contrario, se quedó allí mirando cómo la pequeña chica de sus ojos se alejaba, sabiendo que jamás la volvería a ver de esa manera, quemando recuerdos.
El sol se ponía sobre el horizonte y caía la noche, que se presentaba igual de fría como ya lo había hecho antes el día.

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