Y no, no me arrepiento de haberlo hecho. Es más, solo te deseo lo mejor, que encuentres tu felicidad allá donde esté y que la vida te sonría tanto como parecía hacerlo cuando estábamos juntos. Cuando me mirabas con esos ojos azules que cada día me mataban lentamente, un poco más cada vez; esas pecas que tan poco querías en tu cara pero que a mí me parecían lo más perfecto jamás diseñado; la forma de tus labios, bastante normal a los ojos de cualquiera, pero para mí los más hermosos y carnosos que he tenido el placer de ver y saborear en mi vida; tus manos, finas y delicadas pero lo suficientemente fuertes como para hacerme sentir la persona más segura del mundo; tu estúpida forma de sonreír, cómo se te formaban hoyuelos en ambas mejillas y esa manía de morderte el labio inferior cuando ya habías terminado de reír; cómo escondías las manos en las mangas de los suéteres cuando algún tema de conversación te resultaba incómodo... Podría enumerar una a una las cosas que me hicieron enamorarme perdidamente de ti, como persona, como el alma gemela que te creía, pero no es el momento, al menos no ahora. Ahora que la herida está abierta, ahora que la herida es reciente y aún sangra si la tocas. Llegaste a ese pequeño lugar en mí, ese en el que guardo a todos mis demonios y los mantengo ocultos con tal de no ahuyentar a nadie, y sacudiste toda mi existencia con solo tu presencia. Los amaestraste de alguna manera que yo creía imposible y que aún hoy desconozco, hiciste que conectaran con los tuyos, encontraste un lugar en el que refugiarte conmigo y yo contigo. Conseguiste sembrar en mí el caos, conseguiste poner mi mundo patas arriba y hacerme creer que te gustaba ese pequeño universo que habíamos creado. Y quizá te gustaba de verdad, pero te volviste demasiado hábil ocultando lo que de verdad querías, te fuiste encerrando poco a poco en tu pequeño mundo y, a la vez, fui desconociéndote más. He de admitir que no fue fácil decirte adiós, a ti, a nosotros y a mí, a la persona que era cuando estaba contigo. Supongo que debí mantener la distancia cuando dijiste que solías dejar huella en la gente ya fuera para bien o para mal, igual que cuando dijiste que era muy difícil hacerte sentir de verdad y a largo plazo. El nuestro fue, como tantos otros, un amor con fecha de caducidad. Tuvimos nuestros más y nuestros menos, eso es cierto, pero supimos mantenernos unidos, mantenernos a flote todo lo que duró hasta que esa llama, prendida en esa vela que se había ido haciendo cada vez más y más insignificante, acabó extinguiéndose de forma permanente. No mentiré y diré que no te recordaré, que no echaré de menos las tonterías que nos gustaba hacer a la orilla del mar, que no extrañaré esos largos paseos que nos dejaban reventados al final del trayecto. Afirmaré lo obvio y admitiré que te echaré de menos. Tu olor, tus manías, tus historias, tus besos desprevenidos, las noches en vela por el simple placer de oír tu voz, la manera en la que tus ojos se volvían brillantes y tu voz cobraba vida cuando me contabas cosas sobre aquello que te gustaba... en definitiva, te echaré de menos a ti, a todo tu ser. Aunque sí me quedaré con lo que siempre será nuestro: los recuerdos, los pequeños detalles que hicieron de esto un pequeño pero memorable lapso de tiempo. Por último, y solo si lo sintiera de verdad, te diría que te quiero, pero sabes que no soy de esas personas que mienten para quedar bien, así que te digo adiós, siempre deseándote lo mejor en la vida.

No hay comentarios:
Publicar un comentario