Hace ya años que no somos más que un leve recuerdo en la memoria de alguien empeñado en no olvidar. Si estuvieras a mi lado, probablemente me regañarías y dirías que tuviste que aguantarme durante mucho tiempo como para calificarlo de ''leve'', pero es igual, espero que me lo perdones por esta vez. Te confieso, aunque no me escuches, que si echo la vista atrás, todo ese tiempo que compartimos me parece un abrir y cerrar de ojos, un visto y no visto. No te admiré lo suficiente ni aproveché las horas que tuvimos porque pensé, de la manera más tonta, que serías para siempre. Te creí invencible hasta el último momento, pero solo porque tú demostraste serlo. Siempre con una sonrisa de oreja a oreja. Maldigo el día en el que decidiste que así sería mejor, que el hecho de ocultar cómo te sentías en realidad favorecería a alguien. Solo estabas prolongando lo inevitable y callando lo evidente.
Es por eso que hoy me rindo y te escribo esto, dejo a un lado ese pequeño reflejo de cabezonería inconsciente que me viene desde lo más profundo y confieso, una vez más, que te echo de menos. Te necesito aquí para que apoyes mis decisiones como sólo tú hacías, que me recuerdes una y otra vez lo mucho que estoy creciendo y lo mayor que me hago aunque nos veamos todos los días. Es ahora cuando, más que tarde, caigo en la cuenta de que debí comportarme de otra manera contigo. No debí ser como soy, al fin y al cabo, tú solo querías verme ser feliz y yo no te traté como si eso fuera una verdad. Aún recuerdo el nudo en la garganta esos últimos días, pero me empeñé en recordarte como quisiste que lo hiciera, como siempre fuiste: un soplo de aire fresco entre la polución. No me di cuenta de la forma en la que me mirabas con esos ojos verdes, cómo presumías si alguien te preguntaba por mí o si alguien si quiera mencionaba mi nombre, al igual que tampoco me di cuenta de cuánto nos parecíamos físicamente, incluso en el carácter. Estaba ciega y de verdad que lo siento. Si pudiera hacer que estuvieras aquí y ahora, juro que sería muy diferente. Las cosas cambiarían ahora que sé cómo se siente el estar vacío, la pérdida. Pero ya de nada sirve, diste lo mejor de ti y yo, como tantos otros, no lo supe ver. Siento mis malos modales, la forma que tuve de hablarte más de una vez, las malas caras... todo.
Me concentré en cosas simples y más bien estúpidas, lo que hacías con éste, lo que le dabas a aquel... Por eso, no puedo hacer otra cosa que pedir perdón una vez más por no darme cuenta de lo que valía, en realidad, el poder mirarte a la cara todos los días. Y aunque fuera con una mueca, despertar una sonrisa que provocase alguna que otra arruga de más. Aún hoy te estoy en deuda por hacerme pasar, probablemente, el mejor fragmento de vida hasta la fecha, y puedes tener por seguro que va a ser difícil de superar. Echaré de menos llamarte desde cualquier lugar en el que estuviera de vacaciones y encontrar nuestras conversaciones aburridas e incluso fingidas por tu insaciable sentido de la curiosidad, por tu instinto protector que te pedía a gritos saber cómo estaba y oírme decirlo. Acelerando el paso, porque sabes de sobra que soy demasiado negada para las despedidas, te dedico todo el amor que me queda y que no supe darte en su momento, y espero que hayas encontrado a ese médico suizo del que tanto solíamos hablar y al que acabaste por querer, sin saberlo.
Donde quiera que estés ahora, solo quiero que sepas que aún guardo por y para ti el mayor de los amores y que, por lo que parece, eso no lo va a poder cambiar nadie.

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